Franny se enfrenta al problema de los farsantes y la falsedad. El hecho mismo de que sea actriz profesional la obliga a plantearse la distinción entre autenticidad y falsedad y a vérselas con la vanidad y el egoísmo casi a diario, e incluso su intento de renuncia a su profesión está abocado al fracaso si pretende mantenerse fiel a sí misma.
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Will Dennison y Mike Ryko son los cronistas de las idas y venidas de un grupo de amigos y conocidos en unos pocos días de agosto de 1944. En un tono neutro, sin juzgar ni calificar, aceptándolo todo, relatan lo que hacen hora a hora, a quiénes ven, con quiénes deambulan o se acuestan, cómo consiguen dinero y cómo lo comparten o lo gorronean. Casi nadie tiene trabajo, algunas de las chicas aún están en la universidad y todos son jóvenes, con proyectos literarios o artísticos, a los que aluden casi de soslayo. Aún no hablan de ellos mismos como escritores, aunque las dos figuras clave del relato, Phillip Tourian, un guapísimo jovencito de 17 años, y Ramsay Allen, el treintañero sureño que lo ama y lo sigue «como un perro apaleado», ponen Rimbaud y Verlaine cuando firman una petición para el congreso de un grupo de izquierdas. Pero en esta extraña novela casi sin ficción, lacónica y helada y con la fascinación y la dureza de una crónica negra, nadie es quien dice ser. Porque Will Dennison es el nombre que se da a sí mismo William Burroughs en la novela y Mike Ryko, el que adoptó Jack Kerouac. Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques es la novela que ambos escribieron a cuatro manos, meses después, sobre los acontecimientos de aquel verano iniciático que, de alguna manera, definió sus vidas y su literatura y que se ha publicado por fin después de la muerte, en el año 2005, de Lucien Carr o Phillip Tourian o Rimbaud.
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